“Perú
El Perú no contaba en ese entonces, ni ahora creo, con una red ferroviaria
importante, por lo tanto las carreteras se encontraban pavimentadas y en buenas
condiciones a lo largo 3000 km que hay entre Tacna al sur y Tumbes, al
norte en su frontera con Ecuador.
Algunas preocupaciones que me acompañaban desde el inicio
del viaje, se disiparon con el correr de los kilómetros. Por ejemplo, la
“salud” del Ford, que tanto nos preocupó antes de salir y la repetida
pregunta; “van a llegar con eso??”.
Este tema ya no me preocupaba más. Si algo se rompía, se arreglaba, pero estos
posibles contratiempos no amenazaban de ninguna manera el proyecto.
Habiendo visitado las ruinas de Pachacamac, sin muchos
contratiempos arribamos a Lima, la capital del Rimac.
Durante este tramo, en el que estábamos conociendo a Fredy,
el chileno agregado al grupo en Arica, notamos que junto a la inmensa
generosidad de la gente, aparecía una evidente actitud fóbica de los peruanos,
para con nuestro compañero chileno (resabios de la guerra del Pacífico). Esta incómoda
y contraproducente situación, se había tornado para mí, en un “problema a solucionar”.
A esta altura de nuestro viaje, ya habíamos aprendido el
oficio de raidistas, por lo tanto, nuestro manual imaginario decía que el primer paso en una nueva ciudad,
consistía en hacerse conocer. Esto lo conformaba una serie de visitas a
diarios, radios y televisión. Era una rutina que desarrollábamos eficazmente.
Nos alojamos en el Cuartel de Bomberos Nº 7 de Lima, en la
calle Jirón Cailloma, a escasos 300 mts.,
de la plaza de armas y el palacio de gobierno, al lado del lujoso hotel Savoy,
donde conocí algunas celebridades, como el cantor de tangos Argentino Ledesma,
con el que intercambiamos
ricas charlas y el gran “chansonnier” Maurice Chevalier, una celebridad en
aquellos tiempos, fagocitado por su personaje, del que no podía desprenderse al bajar del escenario.
En el cuartel contábamos con alojamiento, pero la comida
corría por nuestra cuenta. Afortunadamente, muchas
conexiones aparecieron y el peso de una dotación de cinco hambrientos, no
se notaba, ya que pocas veces estábamos todos juntos. Incluso Fredy, que rara
vez a venia a dormir al cuartel.
El dueño de una mueblería ubicada en la misma calle del
cuartel, nos conseguía fletes para el forcito. Recuerdo que nos decía; “hay
que llevar un sillón hasta el barrio Miraflores. Yo ya le cobre 30 Soles por el
flete, que aquí están, pero al cliente no le dije nada, así que pueden
cobrarle otros 30”.
En el hotel Savoy, funcionaba un Centro argentino, donde
ricos compatriotas tenían sus reuniones. Uno de ellos, Carlos, había escrito
una novela y nos invito a su cuarto a tomar unos tragos y escuchar la lectura
de su obra, solo recuerdo que nos gustó mucho, pero de ese encuentro salieron
otras buenas cosas.
Carlos era de profesión publicista y me invitó a que
participe en un desfile que el presentaba y en el que necesitaba un modelo para
que camine en calcetines!!!….. uno de los productos que estaba promocionando. Además
consiguió que el Centro Argentino apoye nuestro viaje con un cheque por mil
soles lo que era buena guita en ese momento.
El lugar más frecuentado por nuestro grupo, eran las playas anexas al puerto del Callao. Allí nos
reuníamos a disfrutar del sol y las aguas cristalinas. Caminando por el muelle
de pescadores, empezamos a ganarnos muchas veces
la cena. Unos chicos me enseñaron a bucear para pescar cangrejos, los que
tenían un alto valor, los que luego intercambiábamos con los pescadores para aparecernos
por el cuartel con pescado
fresco. La esposa de Juan Olivares, el cuartelero, cocinaba para su familia y
también para nosotros.
Juan Olivares era un zambo de 28 años, muy alegre que
contagiaba con su actitud y simpatía. Era además, el chofer de la compañía, rol
que lo transformaba cuando sonaba la alarma. Nunca había visto a una persona
que transmitiera semejante concentración. Conducía de manera frenética una
motobomba Magirus Deuz, de 7 toneladas, acelerando a fondo por las calles de
Lima. Recuerdo una salida en especial; sonó la alarma como a las dos de la
mañana, Juan abrió el portón y montó al volante. Salimos, como acostumbraba, a
fondo. El solo estaba en la conducción y atento a la radio. Giramos en una
rotonda con chirrido de quejosos neumáticos, tomamos por una avenida y nos
dirigimos al coqueto barrio de San Isidro. En el trayecto, un semáforo que en rojo, mantenía toda
la calzada ocupada por vehículos que nos cortaban
el paso. Juan no levantaba el pie del acelerador, de pronto viro a su izquierda
y subió a la amplia acera del boulevard, para volver a la calzada un centenar
de metros más adelante. No sentí temor, ya que en esos segundos, miraba a Juan
y recibía una absoluta seguridad emanada de su actitud, pero un bombero de
apellido Gamarra, no bajó de la autobomba en el lugar del siniestro. Se
quedó estático, en un charco de su propio orín.
En Lima necesitábamos resolver un serio problema que tenía
que ver con la documentación de nuestro Ford. Para sacar el auto de Argentina, (en ese momento el Ford tenía 32 años), la Aduana requería una
fianza mayor al valor de plaza y depositada en efectivo. La única posibilidad
de obviar este desembolso, era un “tríptico aduanero”, que otorgaba el
Automóvil Club Argentino o el Touring Club Argentino, pero esto era para sus
socios y avalado con propiedades. Después de mucha suela gastada en el
pavimento porteño, una conexión nos consiguió un “tríptico”, pero solo valido
hasta el Perú. En esas condiciones iniciamos el viaje, y creíamos que a través
de lo realizado cuando llegáramos al Perú, nos consideraran deportistas y nos
otorgaran una extensión al permiso. Pese a
estar tres semanas en Lima, no conseguimos esta documentación y tampoco en
Buenos Aires, donde también se movían nuestros familiares. Igual partimos rumbo
al norte, con el pensamiento de cuál sería la situación en la próxima
frontera??.
Un viaje de esta magnitud sin sustento financiero te
convierte en un ave migratoria, sabes dónde vas, también cuál es tu rumbo, pero
el viento caprichoso te deriva a su antojo y mantiene latente en tu interior la
inquietante y emocionante pregunta de “y
ahora que sigue?”.
Se aproximaba el fin de año y seguíamos enredados con el tema de la documentación
del auto. Fue para ese época que Jópele
mencionó no sentirse bien de salud. Lo
acompañe al médico al día siguiente y este le dio un diagnostico impreciso pues
eran necesarios estudios para determinarlo. A los tres o cuatro días, resolvió regresar a Argentina. Aceptada su
decisión, surgía el tema de cómo
afrontar el costo del pasaje de retorno.
Después de pensarlo durante la noche, me fui al consulado argentino
y le expuse al cónsul nuestro problema. El tipo muy solicito me dijo; “Hoy tengo
un avión que viene desde Caracas haciendo el correo diplomático. Si a las
cuatro de la tarde tengo un certificado médico, que indique que tu amigo está
enfermo, a la una de la mañana te lo embarco para Buenos Aires”. Salí
directo al hospital donde encontré a un grupo de médicos en la cafetería. Me presente,
respondí sus preguntas sobre Argentina, calmé la nostalgia de varios de ellos
que habían cursado su carrera de medicina en
mi provincia (Córdoba) y allané el
camino para mi objetivo. Salí de allí de regreso al consulado, donde me
confirmaron que el “enfermo” debía de estar a la medianoche en el aeropuerto
limeño.
Regresé al cuartel a las dos de la
tarde, Jópele se alegró con la noticia. Mientras lo acompañé a comprar algunos
obsequios para su mamá y su novia, el Tano, mi hermano y Juan prepararon una
temprana cena de despedida. Más tarde apareció Fredy y se unió al festejo. A
las dos de la mañana despegó el vuelo que llevó a Jópele de vuelta a casa. Unos
pocos días después, el trío argentino le comunicó al chileno Fredy, la decisión de que no seguiría con nosotros. Era la víspera de Navidad.”
La próxima; de Lima al norte. Ecuador y
Colombia.
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