Aquí va el relato tal como lo envió
Eugenio…. impecable
“Habíamos hecho un intento de bajar al sur, en busca de
algún paso cordillerano libre de nieve, que nos permitiera cruzar la majestuosa
cordillera de los Andes, pero fracasamos y volvimos a Mendoza con la intención
de cruzar el tramo Las Cuevas - Los Andes (Chile ), embarcados en el tren trans-cordillerano.
La salida del cuartel de Mendoza fue inolvidable. Todos los
muchachos de la dotación, llegaban a tomar servicio con algún paquete, que casi
siempre entregaban diciendo tímidamente; “les manda mi señora”. No había
donde poner los pies en el habitáculo del auto. Desde tortas, budines,
arroz, jamón, yerba,
aceite, vino (siempre casero), etc. etc. También alguien se acordó del viejo Ford y
algunas latas de aceite mineral aparecieron milagrosamente. Por supuesto, los
que estaban de servicio en la noche, se ocuparon de que los tanques de
combustible salieran llenos hasta los topes.
Cuando hay alguna emergencia y suena la
alarma, la guardia corta la calle para dar salida a la autobomba o ambulancia o
ambas. Así fue la salida del forcito. Sonó la alarma, se cortó la calle y las
manos en alto de nuestros generosos anfitriones nos despedían. El fin de una
etapa que fue como el flash de una cámara; mucha luz, pero muy breve.
Un raid es como una carrera con obstáculos, donde siempre hay muchas vallas
que sortear. Algunas son políticas, otras son geográficas y también algunas
burocráticas. El desglose será paulatino. El primero que enfrentamos fue geográfico. La inconmensurable
cordillera andina y la imponencia que transmite.
Volviendo al
cruce de la cordillera, cuando llegamos a Las Cuevas, contentos porque el Ford
había probado que con su caja de tres marchas se podía desenvolver muy
bien en las interminables trepadas o negociando las más de trescientas curvas
que es necesario sortear para llegar a Villavicencio. Nunca recalentó, cosa muy
común en los automóviles de esa época y en
esos caminos.
Otra valla (no geográfica) fue Antonio (el tano). Tenía “passaporto”
y el convenio de reciprocidad, que no requiere visa es entre Argentina y Chile,
no para italianos, por lo que tuvo que volver a Mendoza para buscar al cónsul chileno
y regresar a la pequeña y bella ciudad de los Andes (Chile) donde habíamos
convenido esperarlo. Bajó la cordillera en un camión, en compañía de mi hermano.
Jópele y yo, embarcamos el coche y cruzamos el tramo superior del Cristo
redentor (en el límite
geográfico), sentados dentro del auto, en un vagón de carga. Al desembarcar el auto en la ciudad de
los Andes, sucedió un hecho intrascendente en sí mismo, pero que marcó el
comienzo de una crisis que culminó en Lima.
El Ford llevaba una bandera chilena y otra argentina, en
cada extremo del paragolpes delantero. Estábamos solos Jópele y yo en la
estación de desembarco, cuando
apareció un borracho, demandando muy enojado y agresivo, que retiráramos
la bandera argentina. Algunas palabras dichas para disuadirlo, obtuvieron un
resultado opuesto, ya que este hombre aumentó el nivel de su agresión. Toda su
actitud se desdibujó rápidamente, cuando lo invité a que él mismo quite la
bandera, cuando pude desenfocar mi atención de
este hombre, noté con asombro que estaba SOLO. Jólepe había desparecido…..
(cuando se suponía que debía apoyarme).
Los Andes, está ubicada un valle, que recorrimos visitando
casi todos los lugares que nos recomendaban. Cuatro o cinco días después
llegaron Antonio y Fernando y el equipo se reunió nuevamente. Luego de festejar
efusivamente el reencuentro, nos dirigimos al norte. En el puerto de Valparaíso
vi por primera vez, el tan soñado océano Pacifico. Luego la turística ciudad de Viña del
Mar.
El camino hasta la colonial ciudad de La Serena, fue totalmente
diferente a lo que hasta aquí habíamos visto. Las montañas perdiéndose dentro
del océano, tan distinto de las grandes llanuras anteriores. Una cantidad de enormes cuevas, segura fiesta
para los espeleólogos y a las que nosotros adentrábamos solo hasta donde
llegaba la luz natural. Las solitarias
playas del Pacifico, donde
no teníamos que abrir nuestras maletas en busca de los bañadores, porque nada
perturbaba esa soledad. Caminábamos 300 ó 400 metros hasta el agua, solo en
compañía de algunos desprevenidos cangrejos colorados y las gaviotas. Andar “en
pelotas” o descalzo, es una
placentera sensación que me sigue acompañando.
De La Serena al norte, la cosa cambia. El pavimento ya no
aparecería más que en la entrada y salida de las ciudades, y el desierto de
Atacama nos empezaba a mostrar su seca y árida cara. El Sol es permanente, pero
el fino aire en las noches, descubre un increíble firmamento, donde la vía Láctea
parece una autopista iluminada. Hoy con una tablet, al enfocar un planeta,
aparece su nombre en la pantalla. Ni soñábamos con algo así. Que privilegio
haber nacido en una época de tantas transformaciones.
Chile nos brindaba el segundo privilegió. Cruzar el desierto
más árido de este planeta, Atacama. De Antofagasta al norte y hasta Arica, un
poco mas de 700 km de tortuoso camino de “calamina” como llaman los chilenos,
“serrucho” le llamamos los argentinos. Hoy es una larga lonja de pavimento. Al
regreso lo cruzamos a lo ancho, superando alturas de cinco mil metros en el
largo tramo, Antofagasta (Chile) San Antonio de los Cobres, Argentina, pero
esta etapa llegará más adelante.
El problema con Jópele, que empecé a vislumbrar en Los Andes
en la semi trifulca del borrachito, se agudizo en Atacama. En las noches, él
siempre dormía dentro del auto, y esta plaza no la resignaba de ninguna manera.
Tampoco quería que nos detuviéramos en ningún lugar visible desde el camino;
“por si nos ven”, decía. Este
miedo irracional, que nos obligaba a alejarnos del camino, provocó que una vez nos enterráramos
en un guadal, del cual costó horas salir.
El Ford sufría mucho, demasiada carga, muy malos caminos, tenia
frenos hidráulicos adaptados. Gran error, los frenos originales a varilla
hubieran sido más que suficientes (ya lo habíamos comprado con la adaptación),
y el ripio dañaba constantemente los desprotegidos caños de frenos.
Unos doscientos kms., antes de Arica, un camión con verduras
había volcado sobre el arcén derecho, desparramando su carga. El chofer, se
encontraba con el hombro fuera de lugar, pero sin heridas cortantes Acomodarle
el brazo no fue difícil. Mientras lo cuidábamos, mi hermano empezó a desarmar
una rueda delantera del Ford, ya que un bolillero venia quejándose. Decidimos
quedarnos con este hombre hasta que llegara
el auxilio. Los camiones que iban pasando nos dejaban sus víveres, cigarrillos,
comida y agua. Verduras nos sobraban.
Unos días después, cuando llegamos a Arica, nos llevamos una
de las sorpresas más inesperadas. Nos estaba esperando el Sindicato de Camioneros,
“para agasajar a los argentinos que habían
socorrido a un colega en pana”. Un departamento con vista al mar, más
asistencia para el Ford, nos hizo pasar unos lindos días en Arica, donde cumplimos
con mi gemelo los 22 años de
edad. De regalo salió un amplio reportaje en el diario local, con foto y todo.
Pero del 7 de octubre hasta el 23 de noviembre habían pasado
demasiados días, para recién estar a la altura de Arica. Deberíamos acelerar
nuestra marcha.
A través de la conexión con los camioneros, conseguimos una
casa para dejar la mayor parte de la carga. Catres, trajes de vestir, zapatos,
camisas, valijas (maletas) y un montón de cosas más, quedaron el Arica para ser
recogidas a la vuelta y así seguir con menos peso.
Durante la estadía en la ciudad, habíamos trabado amistad
con un chileno que se había comportado muy bien con nosotros, y durante una cena, Jópele hablo del pedido
que este le había hecho y que él había aceptado. Esto consistía en acompañarnos en el viaje. Sorprendido, solo
atiné a decir que no teníamos lugar. Grueso error de mi parte, hubiera debido ser
categórico al respecto. No había sido poco el sacrificio que demandó este sueño para arriesgarlo llevando a un
desconocido. Por lo tanto, el tramo Arica - Lima (1300 km), encontró cinco
tripulantes en el Ford A.
El “tano” se comportaba como un todo
terreno. No conducía, pero en todo lo demás siempre estaba de buen talante y
dispuesto. Destacaba como cocinero, haciendo excelente uso de lo tuviera a
mano. Fernando era mi hermano y nos conocíamos como tales, pero con Jópele
había surgido una fisura que se ensanchaba con el paso de los kilómetros.”
El de gafas de sol es Eugenio. La gorra de bombero es para tapar su ya incipiente calvicie.... ja ja
Y nos vamos
a Perú
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