Esta es la última entrega del viaje que hace 50 años, mi amigo Eugenio Pérez, su hermano Fernando y dos amigos iniciaran en Buenos Aires, utilizando un viejo coche Ford A 1930, para llegar a Detroit, EEUU y regresar. Las rutas de las tres Américas no eran las actuales, tampoco los medios de comunicación. Todo nació después de un viaje en moto y la visión del océano Atlántico. Había algo nuevo más allá de las fronteras de lo cotidiano y era posible traspasarlas. Planificación minuciosa, obtención de los fondos necesarios y una inquebrantable voluntad como motor fundamental lo hicieron realidad.
Para conocer a las personas hay que ver sus obras y acciones. El relato que fuimos desgranando hasta aquí les permitirá conocer al "Gallego" Pérez.
Le agradezco el haber aceptado mi invitación a volcar en un teclado lo que tantas veces hablamos y tolerar mis "retoques" a sus narraciones.
Se vá la última ....
Para conocer a las personas hay que ver sus obras y acciones. El relato que fuimos desgranando hasta aquí les permitirá conocer al "Gallego" Pérez.
Le agradezco el haber aceptado mi invitación a volcar en un teclado lo que tantas veces hablamos y tolerar mis "retoques" a sus narraciones.
Se vá la última ....
"En casa de la familia Alvira pasamos dos meses inolvidables.
Nuestros planes eran estar cuanto mucho una semana con ellos, pero
siempre lo imprevisto hace su aparición. Pat, la esposa de Fred enfermó y fue necesaria una operación de urgencia.
Nosotros espontáneamente nos ofrecimos como dadores de sangre y de manera
no esperada obtuvimos un rédito generado por esa actitud. La repercusión fue
muy importante entre sus amigos y familiares. Nos llovieron invitaciones y agasajos.
Como Fred debía trabajar, nos hicimos cargo de la casa y de sus cuatro
hijos. Para que nos pudiéramos desenvolver con nuestras tareas, Fred compró una
Chevrolet modelo 1956, la que revendería después de nuestra partida.
Cruzando la calle había un campo de deportes y ahí nos dedicábamos a practicar
y enseñar futbol a una larga lista de amigos, que a su vez nos retribuían
llevándonos a las piscinas universitarias, donde ellos nos enseñaban a nosotros
a jugar waterpolo. También íbamos los fines de semana a los lagos cercanos, donde aprendimos a bucear con tanque de
oxigeno y a practicar esquí acuático. Hicimos varias visitas a Canadá. El
broche de oro, fue la aparición de ofertas de trabajo.
Con Pat recuperada y de vuelta en casa, nosotros pensábamos que debíamos
marcharnos, pero los Alvira ya nos trataban como familiares e insistían en que
debíamos atender las ofertas de trabajo para reunir unos buenos dólares para el
regreso. Eran magníficos tiempos económicos en los EEUU y se ganaban cifras que
hoy son inimaginables; trabajábamos por nuestra cuenta como pintores y nunca
ganábamos menos de u$s 5 la hora. Con esa hora de trabajo comprábamos 100
litros de gasolina o cinco neumáticos y con lo recaudado en una semana podíamos
comprar un automóvil con cuatro años de uso.
Ver hoy el estado en que se encuentra la otrora poderosa y pujante ciudad
del automóvil, es un reflejo de este mundo tan cambiante que nos tubo como
testigos.
La segunda guerra mundial había terminado no hacía mucho y EEUU, por estar
muy lejos del teatro de operaciones, había emergido como el gran ganador y
muchas de las transformaciones sociales que dejo la conflagración, se
estaban llevando a cabo sobre todo en cuanto a igualdad de sexos y libertades
sexuales, cosa que nos sorprendía, al provenir nosotros de una sociedad conservadora y oscurantista. Poco antes de
nuestra partida de Argentina, se había estrenado en Buenos Aires una película en
la que aparecían los pechos desnudos de una mujer…. Escándalo y censura.
Otra experiencia referida a estos cambios y libertades la tuvimos una
noche, al regresar nuestros anfitriones de una fiesta. Volvieron a la casa con
otros matrimonios a beber algunas copas y hacerles conocer a los raidistas
argentinos. Llevábamos varias horas durmiendo y debimos levantarnos para las
presentaciones, llamándome la atención dos hombres que lucían uniforme militar
cuando esto en Argentina era generador de desprecio. Las mujeres, algunas pasadas
de copas, mostraban un comportamiento desenfadado que nos sorprendió. Esta
liberalización de las costumbres, con los años, se profundizó y extendió por el
mundo dándonos esta sociedad más igualitaria.
Uno de los uniformados, con la mujer dormida en sus brazos,
continuaba animadamente su charla en el medio del parque, para finalmente
y con ayuda, depositar a su esposa en el auto y marcharse… no estábamos
acostumbrados a estas situaciones.
Finalmente en pocas semanas juntamos algún “dinerillo” y comenzó el viaje
de regreso. Estábamos a finales del mes de junio.
En cuatro días de marcha forzada, donde cada turno de conducción duraba lo
que se tardaba en consumir un depósito de combustible, arribamos a la frontera
de México.
En Costa Rica, saliendo en busca de la frontera con Panamá, intensas
lluvias había depositado sobre la carretera una gran cantidad de barro y agua.
Marchábamos detrás de otro vehículo que imprevistamente se plantó en mitas de
la carretera… por esquivarlo terminamos en la cuneta, de la que salimos horas
después tras quitar el barro y despegar el auto. Una camioneta, con la publicidad
de “MEJORAL” (aspirinas) finalmente nos volvió a terreno firme. Antes de
continuar nos dirigíamos al río a bañarnos y una lugareña, sentada en la
barandilla de un puente a nuestro paso soltó; “para el dolor de cabeza, lo mejor es Mejoral”. Reímos a carcajadas mientras
ella permanecía imperturbable.
Al llegar a la frontera, una bala calibre 32 por descuido, olvidada en el
coche, provoco una minuciosa inspección de la guardia fronteriza panameña y la
confiscación del revólver del Tano y la escopeta de mi hermano, mientras yo
pude salvar una pequeña pistola Eibar, que no encontraron. Terminamos en un
calabozo que fue nuestro hogar durante 24 horas. Fue un día negro.
Al continuar conocimos el canal y visitamos la capital del país donde la
avenida 4 de Julio dividía el territorio. Una acera era jurisdicción panameña y
la otra pertenecía a la administración de EEUU, rigiendo las leyes del estado
de Luisiana.
El dinero ahorrado nos permitió cruzar el Tapon del Darien (Panamá – Colombia),
embarcando en una motonave italiana de lujo. En sus salones de baile, restaurantes
y piscinas quedaron muchos de los dólares y al desembarcar en el puerto de
Buenaventura, Colombia las arcas flaqueaban, para agotarse definitivamente en
la ciudad de Guayaquil, Ecuador. Aquí volvimos al oficio de “raidistas”.
empezamos nuevamente a trabajar vendiendo rifas de una villa.
En Ecuador y muy próximos a la frontera con Perú, una mañana de calor
abrasador, acercándonos a un río, extrañado dije en voz alta; “parece que no
estuviera el puente”. La respuesta del Tano fue un alarido “pará que no
está!!!” Mi hermano Fernando logro frenar el coche a cuatro pasos de una
caída en vertical de más de cinco metros… un operario de la empresa que
estaba allí trabajando, había retirado el cartel de advertencia. Se tuvieron
que aguantar al Tano y su calentura.
A mediados de septiembre estábamos en Antofagasta, Chile, donde embarcamos
con el auto en un tren para cruzar los Andes. Ya sobre el vagón, comenzó a
postergarse la salida por nieve en la alta montaña. Vivíamos dentro del auto y nos
encontrábamos dentro en la playa de maniobras del ferrocarril. Nunca sabíamos dónde
íbamos a estar en la noche, pero los amigos maquinistas, avisaban en la puerta la
ubicación de nuestro vagón y al regresar por la noche, el sereno nos decía “el
hotel de ustedes esta por…..”.
Los amigos ferroviarios nos invitaron a festejar con ellos el 18 de septiembre,
Día de la Independencia Chilena, ¡que borrachera!, fue la última de viaje.
El estar parados fue siempre un problema en nuestro viaje y esta no era la
excepción. Había gastos y no se avanzaba. Una mañana observé un coche con
matrícula argentina en la puerta de un restaurante, averiguar a quien
pertenecía fue sencillo. El hombre me informo del paso cordillerano y me dijo
además que el “Ingles”, que era el jefe del ferrocarril, conocía toda el área y
era la mejor fuente de información. El Ingles nos devolvió el importe de los pasajes
y nos informo de los abastecimientos que podríamos hacer, marcando nuestra ruta
en mapa a mano alzada y allá fuimos al encuentro de imponente y desolada
cordillera. Los esqueletos de vacas indicaban que avanzábamos por el camino
correcto (el animal había muerto en algún transporte y había sido
desembarcado) eran los carteles de ruta.
Por la altura es notable la falta de oxígeno y nuestro Ford menguaba sus
fuerzas a pesar de tener abiertos los “chiclé” y subiendo una larga cuesta se
detuvo a casi un kilómetro de la cumbre. Para alivianar su carga desarmamos los
asientos y los retiramos junto a la carga. Alivianado de peso el autito coronó
la cuesta y nosotros a hombro en varios viajes subimos lo que aguardaba en la
banquina.
En el límite fronterizo, las dependencias chilenas y argentinas estaban
desiertas. El primer pueblo argentino es Olacapato, situado a 80 km de la
frontera. Hasta ahí llegaba el ferrocarril chileno (trocha angosta) y el arrancaba
el argentino (trocha ancha). Estábamos en casa!!!
De mi juventud me quedó este viaje como un gran recuerdo, que además
despertó el placer por el conocimiento, fortaleció el culto de la voluntad
hasta convertirla en una forma de vida.
Haber podido realizar este sueño le dio sentido al esfuerzo. Muchos sueños
se quedan en eso; sueños nada más.
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