Natividad
partió con rumbo al sur.
Dejó atrás
los campos de la reducción donde se
había criado y le habían impuesto un nombre ajeno a su raza y a su historia; Natividad
de Jesús Suárez. Extraño
apelativo para un abipón, al que
imagino cobrizo, de abundante y negro cabello, mentón poderoso, nariz quebrada
y profundos ojos negros. No muy alto ni robusto.
Buscando el
duro trabajo de las cosechas abandonó Sumampa, para no regresar.
Primero una
Córdoba de serranías. Luego las
llanuras del trigo y el maíz, para arribar en un tren carguero, al arenoso
oeste de Buenos Aires, donde mezcló su oscura piel con la blancura de la
francesa Rita.
Las hijas no
lo detuvieron y en el sur de Santa Fe, llegó el varón que continuaría su
apellido y el tifus, que frenaría su permanente rodar.
Es el abuelo
del que casi ni se habló. Alguna mención a su hermano domador y la sugerencia de haber sido gente un tanto al margen. Es poco para un hombre.
Lo busco
desde hace un tiempo, y me parece encontrarlo en la tez oscura de mi primo
Oscar. O de mi hijo Martín.
Sé que está
y también me busca. Necesitamos recuperarnos sin habernos conocido.
Su sangre en
mi sangre pide camino. Cruzar tierras nuevas, con otras gentes.
Pero este
viaje tiene destino final en Sumampa, para que vuelva conmigo a su tierra el Tata
Natividad.
Kzatá y Nowet me ayudarán en la empresa.
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