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lunes, 21 de mayo de 2018

Segundo viaje




                                                   A Buenos Aires
En 1950 y ya con cinco años a mis espaldas, hice el segundo viaje que dejó marca en mi memoria. 

Esta vez se trataba de el traslado de toda la familia a la ciudad de Buenos Aires. 

Muchos amigos de mis padres nos acompañaron a la estación de trenes y junto a  mi hermano Juan Carlos, debimos soportar besos y abrazos de gente que nos resultaba extraña. Además yo estaba ansioso por subir a ese gigantesco vehículo.

Recuerdo con nitidez los olores, ruidos y colores. La locomotora era una tremenda máquina negra que resoplaba vapor. Tenía unas barras de color rojo que unían sus ruedas. El interior del vagón era de madera oscura y los asientos y colchones de las camas del camarote donde nos instalaron, eran de cuero. Ya era de noche cuando partimos y las mortecinas luces del pueblo tardaron bien poco en desaparecer.

La cena, como el desayuno, fueron en el vagón comedor. Fue mi primera comida de etiqueta. Había que comportarse y el traqueteo dificultaba la utilización de los cubiertos, cosa en la que no estaba muy experimentado. 

Curiosamente, no recuerdo nada de la noche. No recuerdo haber tenido temores, ni si tardé o no en dormirme. Sí me aparece la imagen de mi padre, asomado a la ventanilla, comprando algo en una estación muy poblada de gente. 

Por la mañana, un desfile incesante de edificios de diversas alturas, cables, parques y estaciones se producía frente a la ventana. 
Estamos en Buenos Aires, me dijo mi madre. Pasó mucho tiempo, hasta que un ruidoso grupo de hombres, que me sonreían y besaban, pasándome de unos brazos a otros, me hicieron saber lo que era un tío.

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