Cabalga el Quijote por una tierra que otrora fuese de hombres bravos, y
que hoy, entre el oro y los tesoros acumulados, más que la alegría,
brilla la desilusión de haber encontrado un ídolo de pies de barro.
- Mira Sancho, ¿no son esos los gigantes que tienen al mundo aprisionado?
- Verá, vuesa merced, que esas corporaciones son peligrosas y mejor no acercarse.
Cíñese el Quijote su yelmo, y aferra con fuerza la lanza, mientras mira
en la distancia los molinos del miedo girar con el viento.
-
Sancho, amigo, el mago Frestón, gracias a sus poderes mágicos, de lo que
fuera un día arrojo humano creó el capitalismo y lo dispersó allende
los mares con sus ardides publicitarios. Ahora, pocos lugares en la
Tierra quedan donde los hombres aspiren a otro propósito que el dinero.
Sin embargo, Sancho, te aviso que estamos en tiempos de cambios, que el
enemigo se ha debilitado y pronto llegará su fin. Y te aseguro que para
su mayor deshonra, tras desaparecer, el capitalismo será recordado en la
Historia, no por sus logros en hacer más cómoda la vida, que han
excedido en mucho las necesidades de los hombres, sino por haber traído
al mundo la peor de las mentiras posibles: que el valor de un hombre se
mide por sus posesiones. Ha convencido a la humanidad para que persiga
la riqueza material.
El capitalismo, te aseguro, será recordado como
la peor de las pandemias, que trajo sufrimiento a cada rincón del
planeta. Creó el enfermizo deseo por tener más, la agonía de necesitar
la novedad que la moda crea, y llenó de basura el planeta tirando
aparatos rotos, aunque fuesen reparables, pues puso precio al tiempo, y
el tiempo es hoy más costoso que un nuevo artefacto. Qué gran ardid,
Sancho, propio de magos que venden humo: inventar un precio al tiempo, y
que coser una alforja sea más costoso que comprar una nueva. ¿Puede
haber algo más triste, amigo mío? Hombres esclavizados por relojes que
marcan en monedas.
El futuro acusará al capitalismo por convertir
la libertad humana en sumisión a los escaparates; por fraude, también,
pues a quienes consiguieron las grandes cuentas bancarias les trajo la
depresión y el insomnio tras descubrir que la vida real no se puede
pagar con dinero. Acusará de criminal al mago Frestón, que trajo de
nuevo la esclavitud, e hizo de los días cadenas perpetuas con permisos
de salida para visitar a la familia.
Con azucarillos de confort,
adiestró a los hombres para comprar incluso sin tener el dinero.
Mediante una pantalla de ficción les convenció que necesitaban miles de
aparatos para una vida normal, y ellos rindieron su libertad por
interminables jornadas de sudor que trocaban en el dinero necesario para
cada invento. Con la cabeza adornada de lentejuelas, se olvidaron del
nombre de sus vecinos, del cumpleaños de sus hijos, de la piel de sus
mujeres. Todo en aras de engrandecer el altar del mercado, enaltecer al
monstruo de pies de barro y vestirlo de dios todopoderoso. Asustando con
fantasmas de hambre e infortunio, esta religión llevó el trabajo más
allá de su función noble de proveer el sustento, hasta convertirlo en la
prioridad máxima de cada vida: trabajar sin vivir para poder ser un
viejo a salvo, a salvo del hambre y el infortunio. Y manchó con deshonor
a quien buscase la alegría, el vino y la música, cosas que al parecer
no sustentan la cesta de los usureros.
- Mire vuesa merced, que las cosas son como son, y a nosotros nada nos va en este juego.
- Nos va, Sancho, nos va. Nada humano nos es ajeno. Hay que batallar
estos gigantes, hay que luchar por restaurar el valor de cada hombre, de
cada mujer.
El valor de un hombre no tiene precio alguno, ni su
tiempo se mide por dinero. Se mide por el peso de sus hechos, por el
alcance de sus sueños, por la defensa de sus ideales. Un hombre mide lo
que sus promesas cumplidas, mide la altura de su gesto más noble, mide
lo que alcanza su mano tendida, su persistencia en la lucha, su
compromiso para ayudar a quien es más débil.
Sancho, el valor de un
hombre no está en sus ahorros sino en sus palabras, cuando éstas se
convierten en gestos y no están al servicio de la mentira, cuando la
hipocresía no encuentra grietas por donde romper su integridad. No está
en el deseo de una vida gratuita, sino en la confianza en sus propias
manos y su esfuerzo para procurarse el alimento. El valor de un hombre
está en sí mismo, y el más rico, el más rico, te digo, es quien sabe que
en cualquier lugar del mundo podría comenzar desde cero.
Ese es el
arrojo humano que crea la Historia, el que ha respetado desde Sócrates a
nuestros días. El arrojo del hombre que es capaz de naufragar antes de
retirar una palabra dada, del que por amistad cruza un continente o
renuncia a una mujer. Del hombre que no puede sonreír ante un perro
vestido de domingo mientras exista un solo niño que pase hambre en la
Tierra. Y si este mundo, un día ha de ser respetado en otros universos,
será cuando deje al señor y su pompa en el olvido y comience a aprender
del campesino, cuando comience a reparar tanto cosido roto en lugar de
seguir comprando y vendiendo telas falsas.
Y ahora, échate a un lado, que yo he de abatir a esos monstruos de largos brazos.
Del blog de Salva Rodriguez, ciclo viajero español que inició su periplo en 2006 y aun rueda por el Mundo. Vale la pena leer sus aventuras y su visión de la vida. Tiene impreso un libro con su etapa de Africa. http://unviajedecuento.weebly.com
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