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martes, 1 de octubre de 2013

El Ford A de Eugenio

Después de unas vacaciones en la playa, retomo el relato del viaje que hace 50 años, hiciera Eugenio, su hermano Fernando y el Tano, desde Buenos Aires a Detroit ida y vuelta. Ayer se cumplieron exactamente los 50 años del fin de esa aventura.
Lógicamente los protagonistas son quienes nos van narrando los detalles de esa historia a través de Eugenio y su prodigiosa memoria, pero hay un elemento fundamental en el viaje y es el coche. Ese auto que en el momento de la partida, ya contaba con treinta años de existencia. Le pedí a Eugenio que me escribiera sobre eso y esto es lo que recibí:

El Ford modelo A
Este automóvil, reemplazó al mundialmente famoso Ford T.
Fue construido entre los años 1929/30/31 y se presentó con una gran cantidad de innovaciones técnicas, a las que acompañaba una gran variedad de modelos. Estaba equipado con un motor de cuatro cilindros en línea, de poco más de tres litros de cilindrada, que generaba una potencia de 40 HP y una velocidad máxima de 100 Kmh. También incorporaba, como uno de los grandes adelantos de la época, una caja de velocidades de tres marchas, no sincronizadas. Contaba además, con motor de arranque (burro) sin dejar de lado la clásica manija con la que se arrancaban los modelos anteriores. Por último disponía de una caja pedalera, tal como las que usamos en la actualidad; embrague, freno y acelerador.
A nuestro autito le habían adaptado frenos hidráulicos, reemplazando los originales de varilla.
Los autos que llegaron a Argentina, antes de la Segunda Guerra Mundial, venían equipados con el volante del lado derecho,  ya que se conducía por el lado izquierdo de la carretera, norma que cambio en nuestro país en 1945.
Algunas de las partes del coche, demostraron ser indestructibles. Como la  caja de velocidad, el cardan y palieres. Otras sufrieron el mal trato que le impusimos en tan duros caminos.
La caja de velocidades, no era sincronizada, por lo que había que hacer los cambios  con “rebaje”. Esto es; desenganchar la marcha en uso, acelerar en vacio y cuando el oído te decía que el motor había alcanzado el mismo régimen de giro que la caja, se embragaba nuevamente y se metía el cambio con suavidad. Esta maniobra no podía durar más de 2 o3 segundos,  y en la montaña, con sus curvas, contra curvas y trepadas, no podías permitir que el auto se “duerma”.
Muchas veces, en los caminos de ripio, las piedras nos cortaban los neumáticos o los caños de frenos. Cuando se presentaba este último problema, mi hermano como mecánico, anulaba la rueda que tenía el circuito dañado si se trataba de una trasera, ya que con el freno de las dos delanteras era suficiente. Pero si las anuladas eran las ruedas delanteras, las traseras detenían muy poco al auto, y ahí aparecía el duro trato al que sometíamos al Ford. Bloqueando con el freno las ruedas traseras, el auto tendía a “colear”, pero en un par de segundos y con las ruedas bloqueadas, le metíamos la marcha atrás, desembragando y acelerando para evitar que el motor se detuviera. Así el auto, con las ruedas motrices  girando en sentido inverso se detenía. Los palieres y el embrague eran las víctimas. El embrague claudicó en Colombia y ya les contaré como fue su reparación, donde una vez más aparece la tremenda solidaridad de la gente.
De los mayores daños sufridos,  recuerdo que fundimos una biela en Costa Rica. Estábamos procurando llegar a Peñas Blancas, en la frontera, antes del horario de cierre, pues había que pagar aranceles fuera del horario convencional, por lo que forzamos la marcha más allá de las posibilidades de nuestra maquina. El clásico golpeteo que se produce cuando el “metal blanco” de una biela se arrastra, obliga a cortar el motor para evitar daños en el cigüeñal y eso hicimos, pero quedamos varados en medio de la nada. Pasamos la noche y a primera hora del día siguiente, mi hermano Fernando quito el cárter para quitar la biela fundida y comprobar que el cigüeñal no había sufrido daño alguno. Con todas las piezas a reparar, hicimos dedo en la ruta y regresamos a la ciudad de Liberia. Fui acompañando a Fernando mientras el Tano quedo  al cuidando del equipo.
Los bomberos, fueron como siempre durante nuestro viaje, los que resolvieron el problema. Nos llevaron al rescate del Tano y nuestra máquina, nos alojaron en el cuartel y ayudaron en la reparación del motor para que un par de días más tarde continuáramos  camino al norte.
En el Salvador, nos apareció agua en el cárter. La tapa de cilindros se había rajado. En Centro América no quedaban ya esos modelos de automóvil  y caminé esa ciudad y sus suburbios durante una semana, hasta encontrar en un gallinero, la tapa de cilindros para el Ford A.
En los autos modernos, una correa dentada conecta el cigüeñal con el árbol de levas y este a su vez, armoniza el funcionamiento de las válvulas en todo motor de cuatro tiempos. Aquellos viejos coches traían un engranaje que cumplía esa función. Cuando por primera vez rompimos unos dientes de este engranaje, descubrir el problema nos llevó varios días. Unos meses después y ya en viaje de regreso se rompió nuevamente , pero esta vez hacíamos apuestas de cuantos dientes había perdido, antes de que se detenga por completo y por supuesto ya viajábamos con el repuesto.

El rodado original es de 19 pulgadas. Salimos con 6 neumáticos usados y consumimos 7 en todo el viaje. Los neumáticos originales no se conseguían, pero afortunadamente, las mazas de Ford eran de cinco tuercas y compatibles con otras medidas de rodado y llanta.

Bueno... busquen fotos de este modelo de coche y luego me dirán si fue o no una verdadera hazaña la realización de este viaje.
En unos días seguimos rodando por Sudamérica.

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