Una nueva entrada con el relato de Eugenio de su Raid. Ida y vuelta Buenos Aires - Detroit en un Ford A. Para quienes recién llegan, esto fue hace 50 años. Vamos al relato:
De Lima al norte - Ecuador
Mi amigo Raúl, “El Pampa”, elogia frecuentemente mi memoria, pero
yo tengo muchas dudas al respecto, pues en estos días que estoy repasando el
viaje, me aparecen parcialmente muchas personas o hechos que no puedo terminar
de recordar con claridad. Obviamente la imaginación, me ofrece como canto de
sirenas, un montón de salidas, de las que dudo y que ningún lector merece. Es
por esto que la síntesis del relato está condicionada a lo que puedo recordar
con certeza después de estos cincuenta años.
Cuando salimos de Lima hacia el norte, sentí una sensación de
alivio. Atrás había quedado un compañero de la primera hora y amigo de la
infancia, pero la relación se cortó. Aunque tuvimos un trato cordial a nuestro
regreso, nunca más compartimos nada. Ni siquiera preguntó cómo había sido
nuestro derrotero, después que el volviera a Argentina.
Pero a partir de entonces, había un relanzamiento del raid. Estábamos
decididos a adelantar lo más que nos fuera posible. El equipamiento, ahora
reducido solo a lo indispensable, además
de dos viajeros menos, aumentaba el rendimiento nuestro y del auto.
El clima de Lima al norte es estupendo y la ruta, siempre cerca
del mar, nos ofrecía continuos altos para disfrutar de la gran cantidad de
playas. Algunas con médanos de arena muy fina.
Trujillo y Chiclayo quedaron atrás. De Chiclayo recuerdo el
desagradable olor a la harina de pescado de las factorías, que te seguía por
largo rato después de haber dejado la ciudad. Llegamos a Piura al finalizar el
segundo día de la salida de Lima. Allí nos alojamos en el “hotel” de siempre; los
bomberos locales. Fue entonces que con
gran disgusto notamos que nos habíamos olvidado en Lima, una caja de
herramientas indispensable para la continuidad del viaje. Los bomberos de Piura
gestionaron el envió de la caja desde Lima, y nos quedamos en la ciudad hasta
los primeros días del año nuevo (1963).
La iglesia de Piura, frente a la cual fotografiamos el coche, cosa
que mostramos en entradas anteriores, tiene una estructura totalmente en hierro, diseñada y construida en Francia por el ingeniero
Eiffel. Este tipo de edificios fue frecuente en los primeros años del siglo
pasado, reiterándose en otros países de América e incluso Europa.
Celebrando el año nuevo, a las 2 de la mañana, recibimos con
sorpresa un llamado telefónico; eran los bomberos de Lima que nos querían
saludar!!
Un par de días después, ya en
la frontera de Ecuador, encontramos el cartel de entrada decía; “Ecuador país
amazónico”, introduciendo al viajero en las eternas disputas de todos
los pueblos americanos. Todos sin excepción, tiene algún conflicto con el
vecino. Creo que la mayoría son implantados, no sea cosa que nos entendamos, levantemos la cabeza y podamos enfocar al
verdadero enemigo.
En lo económico, Perú nos trato muy bien. Entramos con unos 700
soles y al salir por su frontera norte, después de más de treinta días de
estadía, contábamos con 1300 soles y lo que habíamos vivido.
El miedo por la documentación del auto
se disipó rápidamente, ya que al notar que los empleados de las aduanas, tenían dificultades para
llenar los formularios de “autos en
tránsito”, ofrecíamos nuestra ayuda, repitiendo las soluciones
encontradas en las fronteras anteriores y haciéndonos cargo del llenado de la
papelería.
Empezamos a escuchar
comentarios, sobre otros raidistas que no habían podido conseguir visa de USA y
al quedar varados se les agotaban las posibilidades, cosa que los obligaba a regresar. Por eso, de ahí en
más, conseguir la visa de USA comenzó a ser un nuevo objetivo prioritario y comenzamos a acopiar información.
Todo obedecía a un mismo patrón; las embajadas decían siempre y muy amablemente
sí a todo, pero luego la policía de tu país era la que no mandaba el informe de
antecedentes. Cualquiera que estuviera un poco informado en esos días, sabía
que USA no pedía informe más que a sus propias embajadas.
Una ruta “estratégica” recorría los primeros kms., del Ecuador, plagada de baches y zanjas, construidos por
los militares, para dificultar una posible invasión!! Aunque paradójicamente, en ese momento había un gobierno civil en
Ecuador.
Tampoco pudimos seguir la ruta natural por Loja, ya que en épocas
de lluvia el lodazal imposibilitaba su tránsito. Tuvimos que dirigirnos al
puerto de Machala (el mayor exportador de bananas del mundo en ese momento),
para embarcar en un ferri que tras seis horas de navegación por la bahía de
Guayaquil , nos dejó en esa ciudad en la madrugada.
En la escala social, los “changarines” o peones de los puertos ocupan
una de las más bajas. En la motonave “Colón” que nos llevó a Guayaquil , tuvimos
la oportunidad de vivir la experiencia de tratarlos y hacer amigos en tiempo
record, en el puerto de embarque (Machala, foto con muchas bananas), y esto nos resolvió los
problemas al embarcar, pero durante el viaje y en el desembarco tuvimos jaleo y
del bueno. En la travesía recuerdo a un muchachito de unos 11 años, sentado en
un rincón, acurrucado y con los brazos rodeando sus rodillas. Nosotros habíamos
alquilado unas hamacas para descansar en
cubierta por la noche y al ver al “pibe”, le pregunté si iba a dormir ahí
sentado, me contestó; “si señor, tengo miedo que me roben las
zapatillas”. Lo rodeamos con muestras hamacas, y lo invitamos a dormir
entre nosotros. Así se durmió y cuando empezaba a amanecer, con el puerto de
Guayaquil a la vista, lo despertamos… su primera actitud fue la de buscarse los
pies y comprobar que tenía las zapatillas. Eso no se me olvidó nunca.
Ya en puerto, comenzaba la batalla por el desembarco. Las planchas
para poder subir el auto al pontón habían desaparecido. Hubo de todo y nos
salió bastante bien, pues algunos aliados espontáneos emparejaban las
disputas. La marea baja y la falta de espacio para que el coche tomara
velocidad, hacían casi nulas las posibilidad de desembarcar sin ayuda y esto
implicaba el pago de un “peaje”. De todas maneras intentamos salir por las
nuestras, pero el Ford quedó plantado en el medio de la planchada… Las muchas
voces de protesta crecían y el ambiente se ponía pesado .. es hasta un pedo hubiera sido un soplo de aire fresco. Solo con
mirarnos acordamos “hacer la pata ancha” y no ceder al chantaje. El Tano, un
todoterreno silencioso, se planto frente a quienes ocupaban el barco y gritó; “o
ayudan o aquí no baja nadie” . Algunos rezongando y otros alegremente,
comenzaron a empujar el auto hasta subirlo al muelle. Superado el altercado y en tierra firme, nos
reímos largo rato celebrando el triunfo, fruto de un tácito acuerdo sellado con
la mirada.
En una foto ya publicada, aparecemos en
Guayaquil vendiendo rifas de una Villa, que se sorteaba en esos días. Además,
llevábamos alguna propaganda. Mi hermano Fernando de chofer, el Tano de payaso
junto a otro vendedor, y yo de lenguaraz con
un megáfono, ofreciendo el producto. Los mercados de los suburbios
de Guayaquil, también nos dejaron muchas anécdotas risueñas y otras no tanto,
que irán en capítulo aparte.
En Guayaquil se vive con una camisa
todo el año, ya que está en la costa y casi en el ecuador, pero en Quito, ubicada
a gran altura, pasamos frio. Pero como pasábamos del frio al calor, también
pasábamos de la mala a la buena suerte. Al norte de Quito se encuentra la
ciudad de Ibarra, a la que llegamos con el auto necesitando de un buen servicio.
En busca de eso andábamos, cuando nos encuentra el secretario del gobernador y ahí
la cosa dio un giro. Rápidamente nos comunicamos con él, pero el hombre tenía la
agenda cargada esa mañana, así que ordenó a su secretario que los talleres del
municipio se ocuparan del Ford y a nosotros nos hicieran conocer la ciudad en un
imponente Chevrolet Impala. Esto finalizó a la hora del almuerzo, cuando nos
depositaron en un lujoso restaurante donde el gobernador nos esperaba para
charlar de nuestra aventura y agasajarnos. A nuestro regreso, volvimos fuimos
en busca de nuestro “amigo”, pero un golpe de estado, había derrocado al
gobierno y nuestro mecenas ya no estaba en su puesto.
Déjenme tomar una cerveza y seguimos
con Colombia… ya vuelvo.
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