Ya en Añatuya, Santiago del Estero me rodea un paisaje distinto. El monte es más ralo y bajo. Se nota la ausencia del agua que hasta ahora fue abundante y por otra parte son numerosas las casa de pobladores que habitan junto a la ruta. Al salir de la ciudad, un cartel indica la casa en la que vivió Homero Manzi, uno de los más grandes poetas dedicados al tango.
Telares era el objetivo a alcanzar. Ya llevaba 25 kms hechos. Desde aquí tenía un tramo de 50 kms sin muchas posibilidades de abastecerme de agua y comida
Un árbol llamado vinal se extiende a ambos lados del camino, mostrando sus poderosas espinas que alcanzan hasta 10 cm de largo
Tejedoras artesanas, estaban esperando a otras mujeres de la región que venden lana hilada de ovejas. Esta actividad se desarrolla en una escuela de telar, ubicada en pleno monte. El paraje se llama Blanca Pozo.
Las instalaciones de la escuela
El abuelo Natividad, era hijo de Juana Suárez "de profesión, telera" como dice en su acta de bautismo. Parar fue necesario.
Con unas tres horas de marcha se imponía la carga de combustible y esto fue lo que encontré en un hermoso rincón del monte.
Las cabras se refugian bajo un grupo de arboles llamados Itín. Poseen una madera muy dura y de elevado peso específico. Su tala está prohibida y fueron usados como postes de alambradas.
Abundan los loros, que construyen estos nidos. Algunos ejemplares fueron llevados a España como mascotas y hoy son una plaga en ciudades como Madrid y Barcelona. Argentina no solo exporta futbolistas.
Donde termina esta recta?????
Estas casas se repiten en toda la vera del camino.
Salavina recibe miles de visitantes en un festival de música nativa. La chacarera, una danza típica de estas tierras, tiene un ritmo alegre que invita al baile.
Poco después de las dos de la tarde llegué a Telares, un pueblo chato y que no invita a quedarse, pero una lluvia que comenzó al amanecer del día siguiente me demoró una jornada antes de emprender los últimos 47 kms del viaje para terminar el viaje en la tierra del abuelo abipón.
Alta, delgada, de piernas largas y magras que se adivinan bajo el amplio pantalón.
Camina con un dejo felino.
Su rostro es un mar de arrugas, donde los vivaces ojos negros transmite mucha vida.
Fue hermosa.
Declara la edad sin que se lo pidan; "Tengo 61 años. Mi hermana 72"
La mayor, que no para de hablar, trajina desde la cocina al comedor y de ahí a la pequeña sala donde venden prensa. Un defecto le inclina la cadera a un lado. Está encorvada.
"Hoy el cura renueva los votos" me dice, y agrega "Los padrecitos de por aca vienen de México".
Ona, la perra cocker, va y viene detrás de las mujeres.
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