Fue en una mañana fría de abril en la isla de Shikoku. Me
acerqué a los cerezos del jardín para ver si las flores comenzaban a
brotar y encontré a mi maestro, sentado junto a uno de ellos. Al
sentirme llegar se levantó para saludarme. Tuve el presentimiento que
esa iba a ser nuestra última conversación.
- En estos meses aquí, me has hablado de cientos de ciudades, montañas,
ríos, personas, fechas... permíteme preguntarte cómo puedes conservar
todas esas diferentes experiencias sin saturarte.
- Maestro, nunca podría saturarme, el viajero es una esponja. Una
esponja que se llena cuando está en un lugar y se vacía para marcharse.
No es cosa mía -le dije al percibir cierta admiración-, lo dice
Kapuscinski, un periodista polaco que vive en África.
Mi maestro sonrió.
- Ven. Es el momento de que veas algo.
Nos acercamos a una jaula que colgaba de una rama y mi maestro metió la
mano dentro para atrapar con mucho mimo al pájaro. Lo depositó en su
mano derecha, cubriéndole la cabeza con su mano izquierda, a modo de
sombra, mientras abría los dedos para liberar al asustado animal.
- Ahora está tranquilo - dijo.
Lentamente, lo giró hasta que el pájaro tuvo sus patitas sobre la palma
de la mano. Entonces, abrió los dedos hasta dejarlos extendidos y le
descubrió la cabeza. El pájaro estaba listo para volar.
Y no volaba. Me quedé un momento perplejo. El pájaro movió las alas
para despegar, pero no echó vuelo. Volvió a intentarlo sin éxito alguno.
Mi maestro parecía estar sumido en trance y yo, completamente
hipnotizado. El pájaro, enrabiado, aleteó varias veces sin conseguir
levantar vuelo, hasta que agotado se acopló sobre la palma de la mano.
Con la misma calma, mi maestro colocó de nuevo al pájaro dentro de su
jaula. Yo no sabía qué decir, una nube de silencio nos envolvía en el
jardín.
- Maestro, ¿por qué no puede volar? - le pregunté unos minutos más tarde.
- Por la misma razón que tú no puedes regresar a tu casa.
Nunca había pensado que hubiera una razón impidiéndome regresar a mi
país, así que reflexioné un rato buscando motivos para no volver y
ninguno de ellos me pareció que tuviera algo que ver con un pájaro. Me
esforcé en tratar de encontrar alguna respuesta, mientras mi maestro
caminaba hacia el templo.
A la noche, cenamos frugalmente. Le confirmé que al día siguiente me marcharía, como estaba previsto.
- Maestro, no encuentro ninguna relación entre ese pájaro y mi viaje.
Creo que volveré a casa cuando quiera volver, así de simple.
- Volverás a tu casa cuando el mundo te deje volver. No depende de ti
-dijo lacónicamente. Fueron las últimas palabras que escuché a mi
maestro.
Del Blog de Salva Rodriguez http://unviajedecuento.weebly.com/
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