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lunes, 18 de febrero de 2013

HERNAN CORTÉS


HERNAN CORTÉS
Tenía cincuenta y seis años y era un inútil. El país estaba arrasado. No había trabajo, el delito se había transformado en algo cotidiano. La ciudad se conmovió, ante una sucesión de suicidios y la depresión, cubrió con su gelatinoso manto negro a muchos de sus amigos.

Era muy viejo para competir por los pocos puestos de trabajo que, muy mal pagados, aparecían. Las facturas de luz, se acumulaban hasta que era inevitable el corte del servicio. Lo mismo el gas. Hacía mucho tiempo que había perdido la cobertura médica. Cada pequeña rotura en la casa, pasaba a formar parte del inventario de la creciente pobreza. No se vislumbraba salida y sentía que estaba al borde de un abismo negro, en el que caería más pronto que tarde. La humillación, de saberse capaz de ganarse el sustento y no poder hacerlo, lo derrumbaba.

Las charlas con su mujer, eran cada vez más tristes y grises. Terminada la cena, tiró la posibilidad de emigrar. Contra lo que suponía, su mujer aprobó con un gesto. Esto lo animó a avanzar en la idea y sin querer, empezaron a ponerle nombre a los posibles destinos.

Antes de un mes, ya había hablado con los hijos y unos pocos amigos. Notaban que los rostros de quienes escuchaban su determinación, se ensombrecían y hasta alguien les dijo que ya “eran viejos para eso”.

Un domingo, con el mate de testigo, le dijo a su mujer que si se iban, quizá pasara mucho tiempo sin ver a los hijos y los nietos. Ella fue rotunda: prefiero no verlos, a que me vean vencida.  Le pasaba lo mismo, sentía que había que tener más huevos para quedarse, que para irse. El lunes compró el pasaje. Cuando le preguntaron la fecha de retorno, la fijó en cinco días posteriores al arribo.

Hacía ya tres horas del aterrizaje en Madrid. Había pasado con temor el control de migraciones y rodeado por sus dos valijas esperaba que amaneciera, mientras leía y releía el papel con la dirección del hostal en Cibeles. Cuando el cielo invernal, tímidamente se fue encendiendo, preguntó a un taxista el costo del viaje.

Ya vengo, dijo. Fue hasta el baño, rompió con rabia el pasaje de vuelta, lo tiró a la taza y mientras subía al coche, pensaba. Para atrás, no hay nada.
                                                                                          Juan Martínez Autor, febrero 2013

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