A través del ventanal del bar del club, lo vieron venir
cruzando la plaza de Naicó.
Julio, con su adolescencia disimulada en su cuerpo de gigantón,
distraído, saludaba a los vecinos que cruzaba en su camino.
En la mesa, cada uno frente a su vaso, charlando de nada y
de todo, estaban; Ramón, como ausente; el Gallego Rojo con la sonrisa
imborrable en su rosada cara; el turquito Abdala, que abandonaba su tienda por
el vermut de los sábados; Don Fernando García, el farmacéutico, siempre
impecable con su guardapolvo blanco; el ruso Kuntz con su mameluco de herrero que
parecía haber nacido con él y Guillermo, el enfermero, que era más importante para
el pueblo, que el mismo doctor Ferretti, ausente hoy, por un súbito viaje a
Buenos Aires.
Julio, ya dentro del club, buscó la mesa donde estaba su
patrón. Se acercó saludando al grupo, mirando a todos y a ninguno.
-
Don
Fernando, dice su esposa que vaya… hay un viajante que lo espera.
-
Enseguida…
respondió García, volviendo rápidamente la vista al ventanal y llevando el vaso
de Cinzano a su boca, mientras perseguía una aceituna.
Ya Julio llegaba a la puerta, cuando Guillermo le pegó el
grito;
-
Julito !!...
necesitamos un representante…., es para la carrera de bicicletas. Son las
fiestas del pueblo y pensábamos que vos sos el indicado….
Los compañeros de mesa se miraron extrañados, pero Kunz
siguió el juego sin saber que pretendía Guillermo;
-
Este, con
el lomo que tiene.. gana seguro. Es número puesto !... Don Fernando, usted le
da el día libre, eso lo descontamos…… El farmacéutico asintió sin palabras.
-
No tengo
bici – dijo tímido Julio – … no voy a
poder
-
Yo te consigo
la bici y te entreno. A que hora largas la farmacia? Preguntó Guillermo.
-
A las ocho…
dijo Julio acercándose a la mesa y mostrando interés.
-
Listo..
mañana empezamos… yo te dejo filoso y los cagas a todos. Ocho y cuarto en la
cancha de Independiente… Turco, conseguí la llave del candado.
Las dos semanas que quedaban para la carrera, fueron de
esfuerzo diario para Julio, que invariablemente llegaba a la cancha a las ocho
y cuarto, en la bicicleta roja, que rescatada de un galpón, le había entregado
Guillermo. El Turco Abdala le regaló un pantalón corto bermellón y una camiseta
de Boca, que usaría el día de la carrera. Cada noche, el grupo era más numeroso
y Guillermo, sometía a Julio a caprichosas sesiones de gimnasia y frenéticas
vueltas al campo de juego, mientras alguno se ocupaba de organizar los asados,
que casi todas las noches, demoraban la disolución del grupo en charlas, que comenzaban con el ciclismo y lo que Julio representaba
para La Peña Amigos de Naicó – nombre con el que una de esas noches, bautizó al
grupo el grandilocuente Ferretti – y terminaban en bromas, cuentos y chismes
del pueblo.
-
¡Los vas a
cagar a todos….! Era la despedida de Guillermo a Julio, cada noche, junto a
las efusivas palmadas en la espalda.
El sábado de la carrera, el grupo se encontró en el bar a
las ocho de la mañana. Faltaban más de dos horas para el inicio de la prueba,
que consistía en doce vueltas a la plaza. Julio se mostraba nervioso y su
aspecto con el pantalón bermellón, de un brillo incandescente y la camiseta de
Boca Jr., era más apto para un partido de futbol que para el ciclismo. Guillermo
le aconsejaba como tomar las curvas en las esquinas de la plaza y arrancar en
punta, tratando de no forzar y controlando que no le ganaran la delantera.
-
Vos no
bajes del plato grande y a lo sumo jugá con los piñones en las curvas, pero en las rectas… al
piñón más chico… y no aflojes… – De un pequeño
bolso sacó un frasco oscuro y una cuchara – Tomate
dos; y se las cargó a tope. Yo soy
enfermero y se lo que te digo… Vamos Julito.. los vas a cagar a todos!!.
Casi sobre las diez, faltando minutos para la largada, llegó
el doctor Ferretti; traía un casco que le colocó a Julio, soltando una serie de
recomendaciones, en un intrincado lenguaje médico, en que hablaba de hidratación.
Julio no lo escuchaba y avanzando rodeado por la numerosa comitiva, se colocó en la línea de largada.
La plaza reunía a medio pueblo.
El gringo Libonatti, como intendente, dio la orden de
largada y un pelotón de casi treinta bicicletas, donde destacaban los rojos
pantaloncitos de Julio y su vieja bicicleta, removió la arena de la calle.
-
Vamos
Julito… no aflojes !!... gritaba desaforado Guillermo y el resto de la peña
Amigos de Naicó –
Julio dio la primera vuelta entre los cinco primeros.
Llevaba el rostro crispado y con gruesas gotas de sudor. Al acercarse al grupo,
fijó sus ojos en Guillermo, como esperando una aprobación o quizá instrucciones.
El grito de su entrenador, que corrió junto a él casi veinte metros, lo seguía
acompañando al doblar la esquina;
-
Vamos
Julito.. fuerza.... acordate de los piñones !!!!
Desde la puerta de la farmacia Don Fernando, la esposa y
Clarita la dependienta con la que compartía el trabajo, le sonreían y
alentaban. Cuando cruzó la línea de llegada por segunda vez, su cara mostraba
cierta palidez y con una mueca quiso decirle algo a Guillermo, que revoleando
la camisa que se quitó, al verlo doblar la esquina, seguía gritando con los
ojos rojos;
-
Ya pasaste
a tres Julito…. Vamos Julito !!!
Julio se paró sobre los pedales…. El esfuerzo se intensificó….
Miraba por sobre el hombro y veía como adelantaba en más de diez metros, a quienes hasta entonces formaban su pelotón.
La arena de la calle, removida por las bicicletas, cubría su rostro cada vez más
sudoroso, de surcos de un barro claro.
Cuando se aproximaba a la línea, que marcaría su tercera
vuelta, se alejó de la vereda de la plaza y como un bólido, ante la mirada
perpleja del grupo de la peña Amigos de Naicó, enfiló en dirección a la
farmacia. Subió a la vereda, tiró la bici y corriendo se perdió dentro del
local.
Los amigos de la peña se miraron extrañados. El ruso Kuntz,
lentamente se acercó a Guillermo y en voz baja le preguntó;
-
Que le
diste a Julio??
-
Dos cucharadas
de purgante – respondió el enfermero.
Juan Martínez Autor, 26 de febrero 2013
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