El Negro había acompañado a Raúl hasta Pozo del Tigre, en la
frontera formoseña con Paraguay. Era unos de los habituales viajes de
trabajo, que este hacía, para
visitar las rudimentarias carpinterías
que lo proveían de muebles para su negocio, pero también, para compartir horas
de charla y tereré, con un grupo de religiosas, que dedicaban sus esfuerzos en
búsqueda de mejorar las condiciones de vida de los pilagá.
Estas abnegadas mujeres, no estaban a la caza de feligreses.
Bastante tenían que lidiar con la tuberculosis y las enfermedades venéreas, que
los “blancos”, dejaban en las chinitas, a las que sometían de manera animal.
Gente que adorna la vida, las hermanitas.
Después de varios días negociando compras y disfrutando de
la hospitalidad de los formoseños, de madrugada, con la caja de la camioneta a
tope de muebles, emprendieron el regreso a Bariloche. Tenían casi tres mil
kilómetros de ruta, pero la charla, que nunca faltaba entre ellos, garantizaba que
las horas tendrían menos minutos.
Cruzaron los puestos camineros de la frontera entre Formosa
y el Chaco muy temprano y volvieron a cargar agua en el termo. Comieron un
asado en un boliche de carretera y se turnaron para dormir la siesta, sin que
el motor de la Peugeot tuviera sosiego.
Estaba cayendo el sol sobre la planicie
del norte santafecino, cuando pasando Vera, se encontraron con un puesto móvil
de la policía de tránsito. Seguro habría que “adornar” para seguir viaje.
-
Buenas tardes – saludó el policía- ¿ De
donde viene y adonde se dirige ?
-
Buenas tarde buen hombre – respondió
Raúl con una sonrisa tonta- Somos religiosos y venimos de Pozo del
Tigre. Nos han trasladado a Piltriquitrón del Limay y los feligreses nos
regalaron estos muebles.
El Gallego ni se inmutó y también dibujó en su cara la interpretación
de Santo Varón. Religiosos podían decir que eran, pero el funcionario
interpretó esto como; “sacerdotes”. Las largas y tupidas barbas del dúo
ayudaban. Se le ponía difícil al milico, obtener la “coima”.
-
Bueno padre, tiene algo para dejarnos ?
Eugenio, sumándose a la parodia, se bajó de la camioneta y rebuscando entre
los muebles, encontró una bolsa con pomelos, obsequio de las monjitas;
-
Aquí tiene hijo, son rosados y muy buenos….
-
Gracias, pero no me gustan los pomelos…
alguna otra cosita ? El milico no encontraba el hueco para entrar.
-
No me quedan estampitas…. Dijo el
Negro, sin que la beatífica sonrisa lo abandonara.
-
Que tengan buen viaje… Cortó resignado el morocho.
Eugenio ya estaba en el asiento nuevamente y Raúl se
despedía, repitiendo ese gesto de pelotudo místico. La camioneta había hecho
varios metros y el Gallego se asomó por la ventanilla para gritar;
-
Que Dios los bendiga !!!!
Estaban llegando a Rosario y no podían parar de reír.
Juan Martínez Autor, 22 de febrero 2013
Jajajajaja! Genial! que dupla eh!
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