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jueves, 14 de marzo de 2013

Religiosos

El Negro había acompañado a Raúl hasta Pozo del Tigre, en la frontera formoseña con Paraguay. Era unos de los habituales viajes de trabajo,  que este hacía, para visitar  las rudimentarias carpinterías que lo proveían de muebles para su negocio, pero también, para compartir horas de charla y tereré, con un grupo de religiosas, que dedicaban sus esfuerzos en búsqueda de mejorar las condiciones de vida de los pilagá.

Estas abnegadas mujeres, no estaban a la caza de feligreses. Bastante tenían que lidiar con la tuberculosis y las enfermedades venéreas, que los “blancos”, dejaban en las chinitas, a las que sometían de manera animal. 

Gente que adorna la vida, las hermanitas.

Después de varios días negociando compras y disfrutando de la hospitalidad de los formoseños, de madrugada, con la caja de la camioneta a tope de muebles, emprendieron el regreso a Bariloche. Tenían casi tres mil kilómetros de ruta, pero la charla, que nunca faltaba entre ellos, garantizaba que las horas tendrían menos minutos.

Cruzaron los puestos camineros de la frontera entre Formosa y el Chaco muy temprano y volvieron a cargar agua en el termo. Comieron un asado en un boliche de carretera y se turnaron para dormir la siesta, sin que el motor de la Peugeot tuviera sosiego. 

Estaba cayendo el sol sobre la planicie del norte santafecino, cuando pasando Vera, se encontraron con un puesto móvil de la policía de tránsito. Seguro habría que “adornar” para seguir viaje.

-          Buenas tardes – saludó el policía- ¿ De donde viene y adonde se dirige ?
-          Buenas tarde buen hombre – respondió Raúl con una sonrisa tonta- Somos religiosos y venimos de Pozo del Tigre. Nos han trasladado a Piltriquitrón del Limay y los feligreses nos regalaron estos muebles.
El Gallego ni se inmutó y también dibujó en su cara la interpretación de Santo Varón. Religiosos podían decir que eran, pero el funcionario interpretó esto como; “sacerdotes”. Las largas y tupidas barbas del dúo ayudaban. Se le ponía difícil al milico, obtener la “coima”.
-          Bueno padre, tiene algo para dejarnos ?
Eugenio, sumándose a la parodia,  se bajó de la camioneta y rebuscando entre los muebles, encontró una bolsa con pomelos, obsequio de las monjitas;
-          Aquí tiene hijo, son rosados y muy buenos….
-          Gracias, pero no me gustan los pomelos… alguna otra cosita ? El milico no encontraba el hueco para entrar.
-          No me quedan estampitas…. Dijo el Negro, sin que la beatífica sonrisa lo abandonara.
-          Que tengan buen viaje…  Cortó resignado el morocho.
Eugenio ya estaba en el asiento nuevamente y Raúl se despedía, repitiendo ese gesto de pelotudo místico. La camioneta había hecho varios metros y el Gallego se asomó por la ventanilla para gritar;
-          Que Dios los bendiga !!!!

Estaban llegando a Rosario y no podían parar de reír.
                                            
                                  Juan Martínez Autor, 22 de febrero 2013

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