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lunes, 8 de febrero de 2016

Cuba, su gente

Una vez más, como en todos los viajes anteriores, la salsa, la música, el color del viaje, lo pone la gente. Cuba no es la excepción. De las 1100 fotos que traje, no solo estas merecen estar aquí. Hay muchas más que merecerían su espacio, pero hay que resumir y en las que verán más abajo, rindo un agradecimiento a las cientos de personas que una vez más me hicieron sentir que somos una sola raza y un solo pueblo y que las fronteras y las diferencias son falsas. Mi gratitud para todos.
 La mujer que atiende este pequeño emprendimiento familiar, de venta de comida y refrescos, irradia luz y paz. Llegué después de una mañana de darle al pedal, buscando algo para beber y me  quedé casi una hora. Su charla, su sonrisa no eran solo para mí. Todo el que llegaba recibía ese trato. Me fui convencido de que existen sucursales del paraíso y tienen sus gerentes.
Salí de La Habana, en mi primer día de ruta con el inflador averiado y buscando una gomería donde poder darle presión adecuada a mis ruedas. Este fue el "ponchero" que recibió a La Morocha y comprobó que la válvula no era de las usuales en Cuba. Mientras atendía a los que llegaban con otros vehículos, iba buscando solución a mi problema. Yo ya me había dado por vencido y el insistía, cortando una válvula de una vieja cámara, adaptando un tubo que aparecía en un cajón, probando y modificando, hasta que finalmente pude salir al camino e inclusive, reacomodó su invento para que pudiera usar mi bombín hasta que lograra uno nuevo (imposible en todo el viaje). No me cobró ni aceptó propina. "Los cubanos somos solidarios", me dijo.
 En mi segunda jornada venía ganando el camino por nock out... no conseguía comida y lloviznaba. Pedí descansar bajo este cobertizo que los vecinos del pueblo estaban construyendo para el centro social. Me dormí profundamente y al despertarme me esperaba un plato de pescado frito, para que "pudiera seguir el camino"
 Unos kilómetros después, sin poder llegar al final de una cuesta, pedí ayuda a una camioneta y me llevó hasta el primer pueblo (Ciro Redondo). En la caja viajaban estas dos mujeres. La que está a mi izquierda es enfermera y noto que yo no estaba bien. Bajaron conmigo y se quedaron hasta que comí, bebí y me repuse. ME ACOMPAÑARON, lo que no es poco.
 Mientras sacaba unas fotos en un hermoso río, pasó esta mujer, Eladia. De mi saludo surgió una charla y me invitó a "café criollo". Su vivienda estaba cercana a la ruta y era una de las tres humildes casas que se agrupaban entre cafetos, bananos, cerdos y otros animales de corral. Conocí a sus nietos y sus padres y creí que era una excelente oportunidad de saber más de la vida de los campesinos, por lo que pedí permiso para montar mi carpa. Se negaron de plano, yo debía dormir en la casa y para eso ella se trasladó a la de sus padres y me dejó la suya. Les pedí la cena y por la mañana me esperaba café y plátano frito para el desayuno... no quisieron  aceptar nada en pago.
 Pedro (84), el padre de Eladia, vencido por su hernia discal quería conocerme. Me sorprendió su lucidez y la información que tenía de Argentina y los cambios que Macri estaba realizando.
 Alberto Vitamina es un guajiro que además de cultivar tabaco, ha montado un "paladar", donde con su mujer y parte de la familia recibe a muchos turistas internacionales que visitan la zona de Viñales, un sitio espectacular y muy bien protegido. Negocié la tarifa de una comida y fue todo muy divertido. Parecía que eramos viejos conocidos. Terminamos comiendo juntos y se ocupó de conseguirme un alojamiento que me demoró un día más en la región.
 El joven de mi izquierda se llama Joani y atiende la oficina de la empresa de autobuses Viazul. Mientras charlábamos buscando una plaza que me devolviera a La Habana, le mostré mi foto con el Comandante y no podía controlar su emoción. Me impactó esa situación y el respeto, devoción y cariño que Fidel recibe de todos los cubanos. Esta situación se repetiría en el viaje y la foto resultó ser un salvoconducto eficaz para resolver cualquier tipo de situación.
 En Santa Clara, en el Memorial al Ché Guevara, me crucé con muchos argentinos a los que identificaba por su charla o como en este caso por el mate. En varias ocasiones sentí vergüenza ajena y preferí ser uruguayo... hay mucho boludo suelto. Pero esta pareja resultó entrañable y nos demoramos con mate y charla a los pies de la imagen del Guerrillero Heroico envueltos por la misma emoción y respeto.
Siempre hay alguien que te pone en tu sitio y te hace ver que no eres gran cosa. Este alemán de 2,09 mts fue quien me toco a mí en Trinidad... creí que me había vuelto un pitufo.
 Estaba cruzando un pequeño poblado llamado La Hermita y necesitaba comida. Un grupo de mujeres volvía de dejar sus hijos en la escuelita y les pregunté donde podía comprar algo. Ahí no era posible, pero una de ellas, Bergen, ofreció hacerme una tortilla, cosa que acepté, pero después de bajar por el monte unos cientos de metros comencé a pensar que me había equivocado. Finalmente llegamos a su humildísima casa y para hacerme el homelet debió pedir huevos a su suegro. Una vez más; quien menos tiene, es quien más da. Charlamos de todo. Del trabajo duro y escaso, de los faltantes cotidianos, de la suerte de tener buena sanidad, de los vecinos solidarios y de que si damos a quien lo necesita (yo en este caso), Dios nos proveerá. Mi intento de pagar fue una ofensa que tuve que acomodar. Mi cabeza llegó a echar humo....los europeos, ricos, no podemos recibir a los que huyen de la guerra.
 A mi izquierda Luis, un hombre de campo que salió a mi encuentro cuando paré en la carretera cerca de su casa. Mostró una sana curiosidad por mi viaje y llamó a su hijo y sobrinos. Finalmente me dijo, que en el pueblo cercano hacían una comida para despedir a una hermana, que vive en Italia. Yo estaba invitado. Agradezco esas oportunidades y no las desaprovecho. Durante tres horas compartí con una numerosa familia sus charlas y la comida. "Yo tengo muchos hermanos y no los puedo contar"
 Subía la cuesta con esfuerzo y vi en la curva una mujer que cruzaba sin verme. De pronto algo le avisó de mi presencia y se quedó inmóvil esperando. En plena Sierra Maestra, lejos de todo, mi presencia era realmente extraña. La saludé y respondió con una sonrisa. Me detuve y charlamos. "Un café criollo"??? y yo que soy flojito, acepté. Volvimos sobre sus pasos buscando su pequeña casa de madera, mientras una niña primero y otra mujer después se sumaron a la comitiva. Vitalina me dio todo lo que yo podía esperar y un poco más.
 Desde el alero de la casa el hombre me veía empujar mi bicicleta con dificultad. El camino de piedra suelta y la pendiente se extendían ya casi tres kilómetros y no se veía el final. Yo paraba cada 50 metros a recuperar el aliento. Primero gritó alentándome y finalmente se lanzó camino abajo para ayudarme en la tarea. Cuando llegamos a su casa me ofreció el "café criollo" y techo para que durmiera allí. Los ocho kilómetros que me faltaban para llegar al Caribe hicieron que declinara quedarme, pero otra vez sentía al hermano.
 Después de la travesía por Sierra Maestra, llegué a la casa de Bárbara, en Marea del Portillo y me sentí como en la mía. El domingo celebraban los 84 años de la abuela y fui invitado al festejo.
Kaxdiel es hijo de Bárbara y Diómedes y desde mi llegada hicimos buenas migas. Se enganchó con el viaje y quiso saber de él. Se ocupó de mis asuntos y no me trató como cliente. Al despedirme le obsequié mi mallot amarillo, el que tanto quiero, porque fue un regalo de mis compañeros del Radio Club en el 1º viaje a Alemania. Creo que lo ayudará a concretar su sueño de viajar sobre dos ruedas.
 Esta belleza se llama Arislei y tiene siete años. Es vecina de la casa que ocupé en Chivirico. Unas pruebas de magia, algún cuento, una charla de adultos y nos hicimos amigos. Ella se ocupó después de presentarme al resto de los vecinitos de su edad. Quien me ha visto y quien me ve???
 Al día siguiente, al volver de la escuela Arislei vino a saludarme mientras yo leía. Aproveché para hacerle esta foto, donde podemos ver el uniforme que por 5 pesos (0,20 €) le provee el estado. Los libros, cuadernos y lápices son gratuitos.
 En todas las casas en que me alojé recibí un buen trato, pero estas dos mujeres me hicieron sentir que eramos viejos amigos. Compartí dos comidas con ellas, como invitado y disfruté de una charla inteligente y amena. Gracias Flaca y Glenda.
 Mientras visitaba el Museo de La Revolución en La Habana, se escuchaba una música bailantera y me sorprendí con la joven militar sacudiendo las caderas. Debí de haberla filmado, pero ustedes le pueden poner un poco de imaginación.
Al darme vuelta, después de fotografiar a la bailarina, me sorprendió la pícara sonrisa de su compañero. No hace falta ser solemnes para ser militares.
¡VIVA LA GENTE!

6 comentarios:

  1. Bueno, va comentario, pero no te me enojes, flequillo, que va de buena onda, eh? Vistes esa foto donde estás con la Bergen, vos con ese culote rojo que te marca el pitulín? Bueno, me imagino qué pasaría si vas a la City porteña vestido así, a preguntar dónde hay una fonda. O te mandan al jocara, o llaman a la brigada de moralidad. Y es como decís, el que menos tiene es el que más da de sí...

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  2. Me hiciste cagar de risa... trataré de viajar de sotana o no llevar más el celular ahí.

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  3. Esas 1100 fotos merecen su propio lugar, por ejemplo, un album (o varios) en Picasa o Flickr.

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  4. Enorme, Raul.. creo que aunque lo cuentas muy bien, esas experiencias hasta que no las vives no sabemos la dimensión que tienen ¡cuantisimimos pequeños detalles! un abrazo

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  5. Que excelente Raúl, te estamos siguiendo, espero todos los días tus relatos, y te digo que este último de la gente me hizo emocionar en muchos casos. Cuanta riqueza que tiene este viaje!!Queremos más!!!!

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