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martes, 21 de febrero de 2017

Karate en Okinawa - hace 40 años....

Karate en Okinawa (repetición de una entrada de mayo de 2014) Hace cuarenta años para estos días estaba en Japón)

En el pasado mes de enero, publiqué unas fotos de mis años de práctica de karate. Inclusive una que conservo de mi viaje a la isla de Okinawa, Japón en 1977. La mayor parte de, por no decir todas, las fotos quedaron en Argentina cuando emigre en 2001 y hace poco más de un año recuperé centenares de diapositivas familiares, entre las que se encontraban varias obtenidas en el citado viaje a Okinawa. Hemos digitalizado estas diapositivas y con ellas recuperé gratos recuerdos. 
En el karate, como en todo lo que hago, me involucré a fondo y fueron muchos años de práctica in
tensa y también de estudios de los aspectos teóricos y filosóficos de esta antigua arte marcial. La oportunidad de visitar Japón y la escuela central del estilo que practicaba, surgió durante una charla con dos compañeros nacidos en Okinawa y durante meses programamos el viaje y conseguimos las cartas de presentación para el Maestro Katsuya Miyahira. Por cuestiones políticas, la economía argentina sufrió una de sus frecuentes crisis y mis compañeros desistieron del proyecto, por lo que viajé solo. 
Durante un poco más de dos meses frecuente el doyo que el ya fallecido Maestro Miyahira poseía en el barrio de Tsuboya, Naha. Al llegar tenía la graduación de 2º Dan y al partir de regreso a Argentina me otorgaron el 3º Dan. Las prácticas se realizaban tres veces a la semana durante la tarde-noche y el sábado tenía en exclusiva al Maestro Miyahira durante un par de horas. También durante las mañanas realizaba entrenamientos con un compañero avanzado, Seikichi Higa 6º Dan, al que su trabajo de bombero le permitía disponer de tiempo para estos menesteres y para llevarme a conocer la isla. La experiencia en Japón fue muy intensa, no solo por la oportunidad de encontrarme en el centro más importante de la disciplina que practicaba, si no también por haber vivido durante ese tiempo inmerso en una cultura notablemente distinta a la mía. 
Creo también que los años de práctica de karate, influyeron positivamente en mi salud física y en el mayor control de mi voluntad y carácter. 
 En la primera fila, de izquierda a derecha; Seikichi Iha, Katsuya Miyahira y yo. El resto son compañeros de los que no recuerdo los nombres.

 El Maestro Miyahira fue el continuador de antiguos Maestros del estilo Shoryn Ryu y mantenía la escuela fuera de las competencias deportivas, que comenzaban a aparecer, impulsadas por los practicantes occidentales. Ya he comentado la atención que Miyahira dispensó a mis necesidades básicas de adaptación, alojamiento y comida. 
 Seikichi Iha era bombero de unos grandes depósitos de combustible y disponía de 48 horas de descanso tras 24 de trabajo. En su coche visité varios lugares de interés y semanalmente me dedicaba algunas horas para el perfeccionamiento del karate. Si observan mi puño izquierdo notarán que los nudillos de los dedos índice y medio muestran una cierta "hinchazón", producto de años de machacar el makiwara con el puño.
 Las correcciones a los movimientos de ataque o defensa, el Maestro Miyahira las hacia una vez finalizadas y cuando me encontraba en posición estática, palpando las posiciones y tensión de los músculos y ejerciendo fuerza en el sentido inverso a la resistencia o presión que yo debía ejercer.

 Ya en Tokyo y regresando a Argentina, contacté con el Maestro Hideo Tsuchiya, introductor del karate en Argentina y mi primer profesor en esta disciplina. Amablemente me recibió en su casa durante unos días y tuve la oportunidad de escuchar sus conceptos sobre los aspectos técnicos y filosóficos del karate. Tsuchiya es además un avanzado practicante de Iai-do (esgrima con el llamado sable samuray) y accedió a mostrarme un auténtico y antiguo sable. En casa del Maestro se encontraba realizando prácticas el karateka chileno Arturo Wong.
Por mediación del Maestro Miyahira, me alojé en un ryokan (pensión), cuyo propietario, Kotogu Nakamoto era 5º Dan de kendo (esgrima con sable de bambú) y gracias a su invitación tuve la oportunidad de visitar un doyo de esa disciplina e intentar manejar el shinai.
El día de mi partida de la ciudad de Naha, me despidió en el aeropuerto el Maestro Miyahira y también Oscar Higa, un argentino hijo de okinawenses, brillante karateka de otra escuela, hoy radicado en Italia. Oscar estaba en la misma tarea que yo, pero en la escuela que presidía su tío. Fue un entrañable compañero con el que todas las mañanas corríamos en un parque y muchas tardes intentábamos conocer la ciudad. Curiosamente Oscar no hablaba japonés, pero si un dialecto particular de las islas, lo que nos permitía mejorar nuestras relaciones. 

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