En charlas de madrugada de domingo,
mateando después de una noche de baile, Eugenio comenzó a plantear su idea del
viaje a dos amigos, el Tano (italiano en argentino básico) y Jólepe. El lo
cuenta así;
“El Tano (Antonio Sarno ,1941) y Jópele (José Zajac 1938) ,mostraban un
enorme entusiasmo mientras me escuchaban … recuerdo haberles dicho que lo
volveríamos a tratar en 15 días, ya que era
necesario que lo pensaran muy bien.
Ya el
sol estaba alto esa mañana de domingo. Los muchachos que se van y mi “vieja”
que se levanta. Antes de irme a la cama le digo; vieja, me voy a Norteamérica. No debe de haber sonado convincente mi
comentario a juzgar por la lacónica respuesta de mi madre; “si,
andá”
Los días pasaban y Eugenio iba ajustando los detalles,
calculando rutas, costos y posibilidad de obtener recursos. Era necesario un
mecánico en la dotación y su hermano gemelo, Fernando cubría ese rol. En una
reunión que convocó a los cuatro, Eugenio expuso en detalle su plan;
“El plan para poder llevar a cabo el sueño, ya era de un
equipo.
Sobraban
ganas. Solo teníamos sueños.. no había ni auto ni plata. Pero estaba
decidido. La fecha estimada de partida, en mi proyecto original era 21 de septiembre
de 1962. Se veía muy lejos, era el invierno de 1960.”
Fue
una época intensa, no solo por la efervescencia que el proyecto del viaje
insuflaba a Eugenio. También Argentina y el Mundo vivían acontecimientos
trascendentales. La Revolución Cubana se estaba afirmando con escaso tiempo en
el poder, Rusia había puesto en órbita un cosmonauta y había capturado al
piloto de un avión espía de los EEUU. Arturo Frondizi gobernaba Argentina
sorteando casi a diario los planteos militares que finalmente lo derrocaron. Todos
estos detalles surgen en la charla, anárquica como es habitual, en la que el
Negro me cuenta su historia. Me dice que ese tiempo era en blanco y negro. En el
barrio casi no había teléfonos y pocas casas contaban con un aparato de TV. La
juventud acostumbraba a reunirse a bailar en casas de familia, en los llamados “asaltos”,
y la organización de uno de ellos para reunir fondos, fue el comienzo. La
familia Grillo brindó su casa y el éxito fue rotundo. Esto dio continuidad, para que un
buen día el grupo presentara en sociedad el Ford A modelo 1930.
Esto demostró a los escépticos y mal intencionados, que lo del viaje no
era solo una intención y animó a muchos a realizar aportes que consolidaban
rápidamente el proyecto.
Eugenio
recuerda con auténtico cariño y emoción a quien fuera su empleador, Don Salomón
Skliar, un judío comunista, de moral intachable, que lo
apoyó sin fisuras y alentó, aún en contra de sus propios intereses. Muchas
veces oí a Eugenio hablar de este hombre, con una admiración y respeto que llega
a contagiar…..
“..nunca, en los casi 30 años que estuve cerca de él, pude
hallar un mínimo resquicio de duda, una actitud reprochable. Gracias viejo por
los años que te tuve cerca, por tu guía y todo lo que me diste con tu ejemplo.”
El 7 de octubre de 1962, dieciséis días después de lo previsto
dos años antes, se iniciaba el viaje. Los cuatro aventureros partían del
kilómetro cero, ubicado en la Plaza de los Dos Congresos en pleno centro de la
ciudad de Buenos Aires.
Lamentablemente, las fotos también tienen 50 años y las recibí escaneadas en grupo, por lo que no he podido girar o quitar la inferior... sepan disimular.
Y ahora a disfrutar del camino... en unos pocos días volvemos a saber de ellos, viajando en el tiempo cincuenta y un años atrás.
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