Cruzando el
zoco de Tetouan, desde una radio surgía la música de El Humahuaqueño. No pude
evitar el parar y observar si se trataba de algún argentino perdido en Africa. Me
resultaba curiosa esa música y otra vez pensé en lo pequeño que es el Mundo.
Dos días
después, cuando muy temprano estaba saliendo de la ciudad, desde el vallado del
Palacio Real, alguien me grita; “buen viaje, boludo”. Lo busqué
entre los pocos madrugadores que trajinaban la plaza y vi a un hombrecito flaco
que se acercaba mostrando una amplia sonrisa desdentada.
- Salam ale kum. Le dije mientras nos estrechábamos la mano.
- Buen día, me dijeron que sos argentino. Viví en Haedo y era tachero en
Liniers. Respondió en argentino porteño. Tengo pasaporte argentino y me
quiero volver, estoy juntando para el pasaje. Agregó con una mirada
triste, como aceptando que la apuesta era muy grande.
- Am sala. Ojala puedas hacerlo pronto – fue mi respuesta.
Comencé a rodar como si un tango triste me marcara la marcha. Nada podía hacer
para ayudarlo. Sin mirarlo levanté mi mano en un saludo.
-
Que tengas buen viaje. Nos vemos en Argentina, gritó mientras me
alejaba
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